Los
tres son muy reconocidos en el mundo de la educación porque ocupan los primeros
lugares en los rankings de la prueba del Programa Internacional de
Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés), que mide
competencias de Lectura, Matemáticas y Ciencias entre jóvenes de 15 años, así
como el Índice de Habilidades Cognitivas y Logro Educativo (2013) elaborado a
partir de varias pruebas internacionales de rendimiento escolar.
China (Shanghái, Hong Kong)
La
educación obligatoria en China llega hasta los 15 años de edad y se inicia a
muy temprana edad. Niños de 2 y 3 años permanecen largas jornadas en
instituciones pre-escolares cuya misión fundamental es preparar a los niños
para la exigente vida escolar que les espera por delante. Desde corta edad se familiarizan
con nociones básicas de lectura y escritura, cálculo y —cada vez más— inglés.
El modelo
escolar chino enfatiza la memoria y aplica profusamente pruebas estandarizadas.
Los estudiantes viven bajo constante presión no sólo por aprobar dichas pruebas
sino por ubicarse en los primeros lugares, de lo que dependen sus futuras
posibilidades de estudio, trabajo y estatus social. El examen para ingresar a
la universidad (gaokao) es exigente y selectivo. China está empeñada en
crear una nueva generación de graduados universitarios, en cantidades y con una
inversión nunca vistas hasta hoy, habiendo logrado colocarse como líder mundial
en producción de doctores. La calidad es una preocupación creciente: cada
profesor se encarga de supervisar a 5,77 candidatos.
La
calidad de la educación en China varía bastante entre zonas rurales y urbanas
así como según la capacidad económica de cada familia para pagar por servicios
suplementarios al sistema escolar público o para optar por escuelas privadas.
Shanghái no es representativa de lo que ocurre con la educación en el resto del
país. Más de 80% de los estudiantes de secundaria de Shanghái toma clases
particulares después de asistir al colegio; la mayoría dedica entre 3 y 5 horas
diarias a hacer tarea. Todo esto pone gran presión no sólo sobre los
estudiantes sino sobre las familias, y especialmente sobre las madres, uno de
cuyos papeles sociales es contribuir a asegurar el éxito escolar de sus hijos.
La
obsesión con el estudio y los puntajes tiene serias consecuencias en la salud
mental de niños y jóvenes. Los niños chinos tienen altos niveles de depresión;
un estudio encontró que 50% de los adolescentes en Hong Kong la padecen. A las
altas tasas de suicidio generadas por el estrés y la competencia, se agregan
recientemente casos de asesinato en los campus universitarios (y hasta leemos
sobre el envenenamiento de dos pequeñas por la competencia entre dos jardines
de niños). Mientras que los rankings internacionales proyectan una
imagen envidiable del sistema escolar, la insatisfacción de la sociedad de Hong
Kong con su educación es alta y crece, según revelan estudios, encuestas y
testimonios en los últimos años. La última reforma educativa emprendida por el
Ministerio de Educación —llamada “reforma verde” (junio 2013)— apunta hacia un
nuevo marco de evaluación escolar que —entre otros— reduce el uso de las
pruebas estandarizadas y recurre a otros indicadores.
Corea del Sur
Corea del
Sur ha dado un salto espectacular en educación en las últimas seis décadas.
Esto se ha logrado con políticas consistentes y perseverancia, pero también a
un alto costo social. Igual que en China, más tiempo (de enseñanza,
estudio, tareas) se considera esencial. El sistema escolar tiene un calendario
extendido y largas jornadas diarias, seguidas de tres o más horas de tareas o
clases particulares. Se estima que los estudiantes surcoreanos estudian 10
horas diarias, 50 horas a la semana, 16 más que en los demás países
desarrollados, entre clases regulares y refuerzo escolar. Los profesores son
bien remunerados (mejor que en Finlandia) pero trabajan bajo mucho estrés y con
grupos numerosos.
Igual que
en la mayoría de países asiáticos, un sistema escolar paralelo (shadow
education system) opera y crece a la sombra del sistema escolar público:
academias privadas (hagwons) que ayudan a hacer las tareas, preparan
para las pruebas, refuerzan contenidos escolares (sobre todo de Matemáticas) o
avanzan más allá de lo aprendido en el aula, a fin de que los alumnos-clientes
destaquen en su grupo de pares y puedan acceder a universidades prestigiosas,
lo que es indispensable para escalar socialmente. Después del horario escolar,
dos de cada tres estudiantes coreanos asiste a estas academias, a menudo hasta
la noche (una ley prohíbe a estas academias funcionar más allá de las 10 p.m. y
antes de las 5 a.m.). Sus costos varían mucho, pero son lo suficientemente
altos como para filtrar a los estudiantes con menores recursos y para obligar a
las familias a hacer grandes sacrificios económicos. En 2012, según datos de la
municipalidad de Seúl, la capital, 73,5 % de los alumnos de primaria y
secundaria en la ciudad recibieron servicios privados suplementarios, con un
gasto promedio de 387,87 dólares. A nivel nacional, en 2012 los padres de
familia gastaron 17,5 billones de dólares en clases particulares para sus
hijos.
También
aquí, el costo social y psicológico está a la vista. Agotamiento y déficit de
sueño afectan a millones de estudiantes. Corea del Sur tiene una de las tasas
más altas de suicidio y depresión adolescente entre los países ricos. El
suicidio es hoy la principal causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 24 años.
El punto culminante de la tensión escolar está alrededor del tercer año de la
educación secundaria, que es cuando los estudiantes deben tomar el examen de
ingreso a la universidad (suneung). Una encuesta realizada por el
Institute for Social Development Studies en la Yonsei University de Seúl,
divulgada en 2011, reveló que los adolescentes coreanos son los que se sienten
más infelices entre los adolescentes de los países de la ocde. La alerta
nacional ha llevado al gobierno a plantearse la necesidad de introducir cambios
estructurales al modelo educativo. Entre otros, la decisión de digitalizar los
textos escolares y el plan de estudios, anunciada en 2011, fue retirada en 2012
al constatar que ni los estudiantes ni los profesores estaban listos para tal
desafío.
Finlandia
Finlandia
es un país pequeño (poco más de 5 millones y medio de habitantes) ubicado al
norte de Europa. En los últimos años, Finlandia destaca en los rankings
mundiales referidos no sólo a la educación sino a muchos otros ámbitos:
desarrollo humano, calidad de vida, equidad de género, cuidado infantil,
condiciones para la maternidad, acceso a Internet y banda ancha, transparencia,
baja corrupción, alta competitividad internacional, entre otros.
Todo el
sistema escolar es público y gratuito, desde la educación inicial hasta el fin
de la universidad, incluidos costos de transporte, alimentación y refuerzo
escolar en la propia institución. Incluso las pocas instituciones privadas son
financiadas por el Estado y son gratuitas.
Finlandia
promueve la cooperación y no la competencia (entre alumnos, entre profesores,
entre instituciones), y da prioridad a la equidad sobre la excelencia (todos
los alumnos deben tener igualdad de oportunidades, nadie debe quedarse atrás,
“toda escuela, una buena escuela”). El bienestar emocional de los estudiantes
—aspecto ignorado en las evaluaciones de PISA— es tanto o más importante que su
rendimiento escolar.
La escolaridad empieza a los siete años; hasta
esa edad, la prioridad es el juego. La enseñanza se realiza en grupos pequeños
(no más de 20 alumnos) y en un ambiente relajado. Se desincentiva la
memorización y se estimula el pensamiento, la creatividad y la autonomía de
alumnos y profesores. El año escolar es uno de los más cortos de los países de
la OCDE, al igual que la jornada escolar diaria; el tiempo de recreo es el más
largo. Se reducen al mínimo los deberes en casa en los primeros años. No se
aplican pruebas estandarizadas. Los alumnos son evaluados por sus profesores
con base en su criterio profesional y en pruebas y otros instrumentos que
elaboran los propios docentes. Los maestros son evaluados por colegas más
experimentados y reciben de ellos feedback. No existe “pago por mérito”.
No hay supervisores ni inspectores; la sociedad finlandesa confía en el
profesionalismo de sus docentes. Las investigaciones muestran altos niveles de
satisfacción de las familias finlandesas con la educación nacional. 90% de la
población dice confiar en el sistema escolar público (en E.U. apenas 29%, según
una encuesta Gallup). Síntomas de fatiga que empiezan a percibirse entre la
población infantil y adolescente son atribuidos al excesivo tiempo dedicado a hobbies
y a mayor estrés de los adultos en la familia, antes que al sistema
escolar. Se ve con preocupación, asimismo, el elevado costo de las actividades
extracurriculares, como fuente de tal desigualdad.
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