"La sociologia y la psicologia" - dos vías que pueden caracterizarse como “estructuralista” y “constructivista”, sean inseparables, los requerimientos de la investigación llevan a privilegiar ya sea la exploración de las estructuras objetivasy el análisis de las estructuras cognitivas que los agentes emplean en las acciones y en las representaciones por cuyo intermedio construyen la realidad social y negocian las condiciones mismas en que se efectúan sus intercambios comunicativos.
Los “mecanismos” cobra plena fuerza explicativa y verdad descriptiva tan
sólo porque incluye los logros del análisis de los esquemas de
percepción, de apreciación y de acción que los agentes (alumnos tanto
como profesores) ponen en funcionamiento en sus juicios y en sus
prácticas. Y, a la inversa, el análisis de los actos de construcción que los agentes efectúan tanto en sus representaciones como en sus prácticas no cobra pleno sentido si no se impone detectar también la génesis social de las estructuras cognitivas que ellos involucran.
Los agentes construyen la realidad social; sin duda, entran en luchas y en transacciones que pretenden imponer su visión, pero siempre lo hacen con puntos de vista, intereses y principios de visión determinados por la posición que ellos ocupan en el mundo mismo que se proponen transformar o conservar.
Las estructuras fundamentales de los sistemas de preferencias socialmente constituidos, que son el principio generador y unificador de las elecciones en materia de institución escolar, de disciplina pueden estar ligadas por una relación inteligible a divisiones objetivas del espacio social como aquellas que, en el caso de los alumnos de las grandes escuelas, se establecen, en materia de capital económico o cultural, entre los dos polos del campo del poder.
La violencia simbólica es esa forma particular de coacción que no puede ejercerse si no cuenta con la complicidad activa –lo cual no significa consciente y voluntaria– de quienes la sufren y que no están determinados sino en la medida en que se priven de la posibilidad de una libertad fundada sobre la toma de conciencia.
Los agentes construyen la realidad social; sin duda, entran en luchas y en transacciones que pretenden imponer su visión, pero siempre lo hacen con puntos de vista, intereses y principios de visión determinados por la posición que ellos ocupan en el mundo mismo que se proponen transformar o conservar.
Las estructuras fundamentales de los sistemas de preferencias socialmente constituidos, que son el principio generador y unificador de las elecciones en materia de institución escolar, de disciplina pueden estar ligadas por una relación inteligible a divisiones objetivas del espacio social como aquellas que, en el caso de los alumnos de las grandes escuelas, se establecen, en materia de capital económico o cultural, entre los dos polos del campo del poder.
La violencia simbólica es esa forma particular de coacción que no puede ejercerse si no cuenta con la complicidad activa –lo cual no significa consciente y voluntaria– de quienes la sufren y que no están determinados sino en la medida en que se priven de la posibilidad de una libertad fundada sobre la toma de conciencia.
Los agentes involucrados en el campo universitario, en cuyas filas forman casi inevitablemente aquellos que, escribiendo sobre el poder e incluso sobre la “servidumbre voluntaria”, se piensan espontáneamente como excepciones de sus propios análisis. Donde sus intereses específicos se engendran y se invierten en y por ese acuerdo mismo contribuyen, sin ser conscientes, a ejercer la dominación simbólica que se ejerce sobre ellos, es decir, sobre su inconsciente.
Las transformaciones del cuerpo profesoral y especialmente las conmociones en las jerarquías de las disciplinas, todo hace que actualmente las taxonomías profesorales ya no puedan funcionar más con la inocencia triunfal que confiere a muchos de los documentos citados la apariencia de fósiles antediluvianos.
Pensamiento dualista y conciliación de los contrarios
No hay mejor objeto que el sistema de las relaciones estadísticas que caracterizan una población de premiados para aprehender las estructuras sociales y las estructuras mentales imperantes en los veredictos escolares: los premiados del Concurso General, representan el símbolo por excelencia de la “elite” escolar que revela, como un test proyectivo, los esquemas clasificatorios de los cuales es producto.
La disciplina de los espíritus
La clasificación por “orden de mérito” está estrechamente asociada a la idea de concurso, tanto que deja opacada la clasificación según disciplina: las materias como la Filosofía y el Francés y, en su orden, las Matemáticas, a cuyo respecto se considera que requieren el talento y el don y que están asociadas a la posesión de un capital cultural heredado muy importante, se oponen a aquellas, como la Geografía y las Ciencias Naturales, de las cuales se considera que sobre todo requieren trabajo y estudio, mientras que la Historia y las Lenguas Antiguas o Modernas ocupan una posición intermedia.
Las diferencias fundamentales se basan en indicadores de la modalidad de la relación con la cultura: de un lado, disciplinas que desalientan la buena voluntad y el celo escolar, tanto por lo endeble e impreciso de las tareas propuestas, como por lo vago e incierto de las señales de éxito o fracaso, que demandan logros previos frecuentemente indefinibles.
Los premiados de Francés son también los más propensos a invocar el “don” para explicar su éxito (que los premiados de Historia, de Geografía y de Ciencias Naturales atribuyen más bien a un trabajo metódico y regular); por último, la mayoría de las veces los premiados de Francés y de Filosofía definen como “creativo” al profesor ideal, mientras que los premiados de Historia, de Geografía y de Ciencias Naturales lo caracterizan antes bien “concienzudo”. Más significativo es que los premiados de las disciplinas más nobles, el Francés y la Filosofía, se diferencien de los otros por la extensión y la diversidad de sus lecturas o por sus conocimientos en materias que no son enseñadas de modo directo, como la pintura y la música.
A diferencia de quienes, debiendo toda su cultura a la escuela, tienen conocimientos, preferencias y prácticas “clásicas”, “librescas” y “escolares”, directamente subordinadas a esta institución, aunque ellas no sean directamente producidas por los ejercicios de la escuela, los premiados de Francés o de Filosofía expresan, de todas formas, que tienen un margen de libertad y de seguridad bastante grande que los pone en condiciones de sostener con la cultura.
Todos los rasgos en que el sistema de enseñanza francés reconoce la elite de su elite y que definen el modo por excelencia de sobresalir, se ven concentradas en esta suerte de tipos ideales realizados que son los premiados de Francés y, en menor grado, de Filosofía. La “creación” y la “lectura”, pone en evidencia esta afinidad profunda entre la tradición de una enseñanza de las humanidades plenamente impregnada de una ideología humanista, personalista y espiritualista, y la tradición pedagógica que asocia la desvalorización de todo lo que tiene un dejo escolar en el culto de la expresión llamada “personal”.
El análisis de las diferencias sistemáticas que oponen a los alumnos de las disciplinas “de talento” respecto de los alumnos de las materias “de trabajo” revela claramente el sistema de oposiciones entre propiedades o cualidades antagonistas y complementarias que estructuran los juicios. Y así puede confeccionarse el cuadro de categorías que, inscritas en lo más profundo de los cerebros de los maestros y de los (buenos) alumnos, se aplican a toda realidad escolar, y escolarmente pensable (a su vez objetivamente organizada conforme a los mismos principios), es decir, a las personas, profesores o alumnos, tantocomo a sus producciones, cursos, trabajos, ideas, discursos.
Todos los rasgos en que el sistema de enseñanza francés reconoce la elite de su elite y que definen el modo por excelencia de sobresalir, se ven concentradas en esta suerte de tipos ideales realizados que son los premiados de Francés y, en menor grado, de Filosofía. La “creación” y la “lectura”, pone en evidencia esta afinidad profunda entre la tradición de una enseñanza de las humanidades plenamente impregnada de una ideología humanista, personalista y espiritualista, y la tradición pedagógica que asocia la desvalorización de todo lo que tiene un dejo escolar en el culto de la expresión llamada “personal”.
El análisis de las diferencias sistemáticas que oponen a los alumnos de las disciplinas “de talento” respecto de los alumnos de las materias “de trabajo” revela claramente el sistema de oposiciones entre propiedades o cualidades antagonistas y complementarias que estructuran los juicios. Y así puede confeccionarse el cuadro de categorías que, inscritas en lo más profundo de los cerebros de los maestros y de los (buenos) alumnos, se aplican a toda realidad escolar, y escolarmente pensable (a su vez objetivamente organizada conforme a los mismos principios), es decir, a las personas, profesores o alumnos, tantocomo a sus producciones, cursos, trabajos, ideas, discursos.
Las mismas taxonomías que sirven para clasificar las disciplinas, y para determinar las cualidades que ellas requieren, organizan la percepción y la apreciación que los alumnos “disciplinados” que habrán de elegirlas tienen de sus propias cualidades, podemos comprender que el dictamen escolar tenga el poder de regir las “vocaciones” y que el análisis estadístico descubra una correspondencia tan rigurosa entre las propiedades socialmente concedidas a las diferentes disciplinas y las disposiciones de quienes se destacan en ellas (o las enseñan).
¿Sería el estilo?” (Francés, hijo de titular de cátedra de facultad de medicina); “Originalidad, rigor, sensibilidad” (Francés, hijo de ingeniero químico); “Creo que ha sido distinguido gracias a cierta personalidad” (Francés, hijo de periodista); “Personal, no demasiado escolar, claro” (Filosofía, hijo de Obrero profesional).
Tanto los alumnos eligen a las disciplinas, como las disciplina eligen a sus alumnos imponiéndoles las categorías de percepción de las materias y de las carreras, al igual que de sus propias capacidades, y por ende del sentimiento que ellos pueden tener de la afinidad entre los distintos tipos de disciplinas o de maneras de practicarlas (teórica o empírica, por ejemplo) y sus propias aptitudes, escolarmente construidas y consagradas.
La idea de precocidad es una construcción social que no se define sino en la relación entre la edad en que se efectuó una práctica y la edad considerada como “normal” para efectuarla o, más precisamente, la edad modal en que se la lleva a cabo en la población de referencia, es decir, al tratarse de precocidad escolar, la edad modal de los individuos que acceden a un nivel determinado de estudios.
El alumno precoz, cuyo límite es el “niño prodigio” o, como se dice actualmente, el “superdotado”, testimoniaría, con la rapidez casi milagrosa de su aprendizaje, la amplitud de los dones que le permiten ahorrarse el lento trabajo de adquisición al cual están destinados los individuos ordinarios. De hecho, la precocidad apenas es una de las retraducciones escolares del privilegio cultural. La precocidad no es sino uno de los indicios, pero particularmente seguro, del modo de adquisición de la cultura que la institución escolar privilegia. Si los sistemas y procedimientos distintivos de las taxonomías escolares remiten siempre (cualquiera que sea su grado de refinamiento) a diferencias sociales, es porque, en materia de cultura, la manera de adquirir se perpetúa en lo que se adquiere, bajo la forma de una cierta manera de usar lo que se adquiere.
Tiene mucha importancia la relación que tiene el alumno con sus alrededores, su contexto, su propia familia, la escuela,y de sus posibilidades genericas de sobrevida, la adquisición de la cultura, que contribuyen a la formación del mismo, asi tambien la probabilidad de acceder a determinada posición escolar.
ACADEMICA MEDIOCRITAS
Las prácticas pedagógicas de los profesores, en especial sus operaciones de selección, delatan la tensión entre los valores escolares y los valores mundanos, y entre las disposiciones pequeñoburguesas y las disposiciones burguesas cuyo teatro es la institución escolar. Si bien la institución escolar sólo reconoce por completo la relación con la cultura que no se adquiere sino fuera de la escuela, no puede desvalorizar por completo la relación escolar con la cultura sin renegar de su propio modelo de inculcación; reservando sus favores a los que le deben menos en lo tocante a lo esencial, no puede negar del todo a quienes todo le deben y exhalan una buena voluntad y una docilidad que tampoco puede desdeñar.
La representación que el estudiante se hace de su trabajo, de sus profesores y de sus propias aptitudes: así, la aspiración a un encuadre más estrecho (más “escolar”) del aprendizaje alterna con la imagen ideal y prestigiosa del trabajo noble y libre, que ignora control y disciplina; y la expectativa del “gran maestro” prestigioso, “brillante”.
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